“Versalles: una paz que no trajo paz”. Este fue el título de un seminario promovido por la Fundación Konrad Adenauer (KAS, por sus siglas en alemán) en Maguncia para celebrar el centenario del Tratado de Versalles, al que esta autora fue invitada. Las conferencias de inauguración fueron dictadas por el historiador alemán Michael Stürmer y por el politólogo y profesor de la Sorbona Henry Ménuduer, los que esbozaron la historia del tratado.
En seguida, el presidente del Centro Europeo Robert Schuman (CERS), Richard Stock, y la directora de la Oficina Nacional de Excombatientes y Víctimas de Guerra francés, Dra. Juliette Roy, describieron las encomiables iniciativas tomadas en las últimas décadas por Francia y Alemania para profundizar la reconciliación y la cooperación entre los dos países, en particular los homenajes a las víctimas de la Primera guerra mundial y los varios encuentros entre jóvenes franceses y alemanes.
A la luz de la actual desintegración de la “Pax Americana” como garante de la estabilidad y del legado del Tratado de Versalles, la discusión tomo un rumbo bastante claro: lo que se necesita hoy, urgentemente, es un orden mundial estable en el que el buen funcionamiento de la cooperación franco-alemana desempeñe un papel crucial. Ahí también se incluye la necesidad de encontrar una nueva forma de abordar en diálogo estratégico con Rusia, que seguirá ejerciendo un papel fundamental en la búsqueda de soluciones de paz en Medio Oriente y en otras zonas de conflicto del mundo.
El mensaje de paz de Fiquelmont
En una emocionante presentación, el científico político del KAS, Ingo Espendchied, habló del célebre Mensaje de Paz de Fiquelmont, como se conoce la carta escrita por seis soldados alemanes en 1916, encontrada por el agricultor francés Fernand Boulanger en 1981, escondida en una botella que se encontraba en el techo de su hacienda. De acuerdo con Espendchied, esos soldados fueron testigos del “nacionalismo, militarismo y masacres en los campos de batalla, y tuvieron que observar desolados como todo el continente europeo caía en el abismo por su propia culpa.” Lo que dejaron fue un llamado doliente a las generaciones futuras.
Se leyeron partes del mensaje que describen el terrible escenario que presenciaban desde el granero de Fiquelmont:
“Día tras día, desde la ventanilla, podíamos ver la espesa humareda de la batalla; vimos las explosiones rojo sangre de los obuses en las colinas distantes y, en la noche, al sentir que nunca podríamos percibir realmente las extensión más desgastante del horror, observábamos las trayectoria de las balas trazadoras y los finos rayos blancos de los reflectores que barrían el cielo como fantasmas amenazadores. Y, día tras día, sencillamente esperábamos la paz. ¡Una paz que nunca llegó! ¿Cuándo vendrá?”.
En los párrafos finales escribieron:
“Hoy, 17 de julio de 1916, estamos partiendo para un destino desconocido. Quizá, el monstruo del militarismo esté necesitado de sangre fresca. Tenemos que someternos. La hora todavía no llega. Tenemos que dejar esta tierra que llegamos a conocer como nuestro hogar distante de nuestro hogar”.
“La guerra es una empresa extremadamente peligrosa y el sufrimiento experimentado por las poblaciones de los territorios ocupados es grande, muy grande, nascido del odio amargo provocado por los líderes, por aquellos que están en el poder”.
“Nosotros, los soldados, no compartimos esta idea. Nos abomina la guerra y esperamos la paz. La cual debe ser el legado para nuestros nietos, como precio de esa lucha sin sentido, y que debe hinchar los corazones de este mundo, a favor y en contra, como un presentimiento para uno, como una realidad para otro, como felicidad y tribulación”.
“La utopía y un posible Edén se puede encontrar en una Europa Unida, en la amistad entre pueblos y en la expresión del hecho de que estamos unidos como hermanos. Saludos a usted, el descubridor desconocido de estas palabras”.
Los seis signatarios del mensaje fueron: Karl Wahl, de Leobschütz, Alta Silesia (hoy Glubczcyce, Polonia); Heinrich Peschel, de Elsterwerda, Sajonia; Willy Gissen, de Crefeld; cabo Franz, de Altenroda; húsar Krahmer, de Hamburgo; húsar Grünewald, de Münster, Westfalia.
Consecuencias históricas de la Primera guerra mundial
Las observaciones generales que hicieron los conferencistas destacan la forma cómo la Primera guerra mundial se alastro en el subconsciente colectivo de Europa, de una forma devastadora y sangrienta. E septiembre de 1916, tan sólo la batalla de Verdún cobró la vida de 300 mil soldados alemanes y franceses. En este contexto el mensaje de Fiquelmont es poderoso: la utopía y un posible Edén de Europa unida, un legado para Europa.
El Tratado de Versalles no acabó con la Primera guerra mundial, en los términos estrictos del derecho internacional, afirmó el profesor Stürmer. Según él, el tratado de paz fue un “dictamen” y “los alemanes habían jugado mal las cartas.” La dimensión histórica de la Primera guerra mundial y el tratado de paz se deben entender en el antecedente de la guerra franco prusiana de 1870-71, afirmó. Para los franceses, esta “blitskrieg” (guerra relámpago) fue un choque.
El 18 de enero de 1871, tuvo lugar la fundación del Imperio Alemán, la fundación de una nuevo Estado nacional en el Salón de los espejos del palacio de Versalles. La región francesa de Alsacia-Lorena, gran productora de carbón y de acero, fue incorporada a la naciente Alemania. Los alemanes querían tener más prestigio. El canciller del Reich, Otto von Bismark, que renunció en 1890, fue descrito por Stürmer, como un político prudente cuyo dilema de política exterior fue haber construido un sistema de alianzas complejo y, al mismo tiempo, haber tratado de crear un mecanismo de equilibrio de poder.
La gran catástrofe del siglo XX
Stürmer recordó que George Kennan, el famoso diplomático e historiador estadounidense, con quien trabajó en la Universidad de Princeton, calificó a la Primera guerra mundial de la “Catástrofe primaria” del siglo XX, con sus colosales pérdidas de vidas, la desintegración de cuatro Imperios (austro-húngaro, germano, ruso y otomano) y la desestabilización de Europa, que perduraría las décadas siguientes.
El emperador alemán Guillermo II fue descrito por Stürmer como un hombre que soñaba con un imperio mundial, con colonias, ciencia y técnica, para ser el número uno de Europa. En esa época, los alemanes se sentían cercados y Europa estaba sentada en un barril de pólvora. Cuando el heredero al trono austro-húngaro, el archiduque Francisco Fernando, fue asesinado en Sarajevo, el 28 de junio de 1914, la Monarquía dual declaró la guerra a Serbia. Rusia, aliada de esta, declaró la guerra a Viena el 1 de agosto. El 6 de agosto, el Káiser se dirige al pueblo alemán hablando de humillación y declarando que, ahora, la espada debería decidir y cada vacilación, cada duda eran una traición a la patria. Lo que faltaba en Europa era la “confianza.”
Stürmer agregó que el Tratado de Versalles no consiguió crear un equilibrio de poder, en el sentido del “orden de paz vienés” de principios del siglo XIX. “Lo que faltaba en aquella época era la fuerza diplomática,” afirmó. En cambio, el Tratado de Viena (1815, con la Santa Alianza) deseaba crear un equilibrio de fuerzas a en la línea de “nunca más guerra y revolución,” lo que necesitaba Versalles era la “independencia de estadistas” y una conducta inteligente del lado alemán. Según el, la paz de 1945 trajo la paz a Alemania, porque en aquel momento, el canciller (Konrad) Adenauer comprendió el antagonismo mundial creado entre la Unión Soviética y Estados Unidos: “Él introdujo los intereses alemanes en la política mundial y contribuyó a una paz mundial fundada en la unidad y en la libertad.”
Stürmer concluye con la afirmación de que hay dos modelos de paz disponibles: el orden de Viena (1815) y la “Pax americana,” que está en grave peligro.
El profesor Ménudier subrayó, en su momento, que Versalles fue Versalles, escogido deliberadamente como un palco. Los franceses querían mostrar el poder del país y su cultura, de ahí el dictamen. ´Recordó que en el periodo de 75 años entre 1870 y 1945 hubo tres guerras franco-alemanas. Finalmente, en mayo de 1950, el ministro de Relaciones Exteriores de Francia, Robert Schuman, propuso su plan de unificación europea fincado en un acuerdo europeo de carbón y acero, la futura CECA. Fue respaldado por Adenauer y a partir de ahí se pusieron las bases para la reconciliación franco-alemana, que se convertiría en el eje principal de estabilidad de una Europa Unida. Desde entonces hay paz.
Ménudier recordó que la guerra dejó 16 millones de muertos, 9 millones eran y 7 millones civiles; dejaron tras de sí viudas y huérfanos, además de una enorme devastación material. Entre 1918 y 1923 nacieron 11 estados nuevos, muchas nuevas fronteras se trazaron y las viejas se reconfiguraron y numerosos problemas nuevos surgieron del conflicto.
Francia quería desmembrar a Alemania y recibir reparaciones. El entonces presidente estadounidense, Woodrow Wilson quería una paz justa, fundada en la autodeterminación de los pueblos, con consecuencias a largo plazo para los imperios coloniales, lo cual fue rechazado por Francia y Gran Bretaña. Alemania fue obligada a pagar una indemnización de guerra de 132 mil millones de marcos oro. Todo esto, recalcó, aunque haya habido muchos problemas desde Versalles hasta hoy, “nosotros, en la Unión Europea, tuvimos mucha suerte de que Europa haya sido creada por Schuman y Adenauer.”
La memoria de una cultura común
Juliette Roy describió en su intervención su trabajo principalmente con los jóvenes que tiene el objetivo de crear una cultura franco-alemana del recuerdo. Ambas naciones necesitaban de tiempo para escribir su historia como una catarsis. La “transferencia de conocimiento” y la “memoria” son piedras angulares de la creación de una “cultura de recuerdos” común. Muchos encuentros exitosos con estudiantes de los dos países se realizaron. En ocasión del centésimo aniversario de la Batalla de Verdún, en mayo de 2016, 4 mil jóvenes de los dos países se reunieron en el lugar, que hoy es el lugar europeo de la memoria.
Stock, del CERS, subrayó que cada uno de los países y de las regiones afectadas por la Primera guerra mundial todavía reivindicaba su propia historia. Igual que los conferenciantes anteriores, recalcó que el Tratado de Versalles fue menos un contrato que un “dictamen” y que “los historiadores de la actualidad están de acuerdo en eso.”
En el debate, esta autora pregunto cómo se debería proceder en la actualidad, en el marco de estos históricos cien años, y que pensaban de la entrevista del presidente francés, Emmanuel Macron, a la cadena suiza RST de 11 de junio, en la que exigió buscar una diálogo estratégico con Rusia, que históricamente forma parte de Europa y de su cultura del recuerdo.
En su respuesta, el profesor Stürmer hizo referencia a la “Pax americana en ruinas,” que se está desarrollando ante nuestros ojos. Los estadounidenses traban una lucha imperial con China y, al contrario de Berlín, Macron tiene la sensación de que nosotros, en Europa, necesitamos de Rusia, que forma parte de Europa y de su historia, y de construir una nueva relación estratégica con ella. Si Europa quisiese encontrar un equilibrio, tendría que hacerlo: “Pido una Ostpolitik (política para el Este) realista.”
También se refirió al “desarrollo de armas peligrosas,” y agregó que Estados Unidos no crea un equilibrio estable. “No tenemos diplomáticos capaces y vivimos en un mundo cada vez más peligrosos,” afirmó vinculando este hecho con una crítica a lo que calificó de una política de seguridad europea “muy restricta.”
Por su parte, el profesor Ménudier señaló que Macron había recibido muy poco apoyo del lado alemán, en respuesta a sus muchas sugerencias, y que deseaba que estas fuesen tomadas en serio. Describió a la canciller Angela Merkel más como un “mayordomo” que como un “proyectista del futuro de Europa,” mientras que Macron muestra más liderato e iniciativas para el continente.
El debate en el plenario dejó claro que, a la luz de la disolución de la “Pax americana,” la cuestión del legado de Versalles debe tomarse más en serio. Por ello, es urgentemente necesario reorganizar el orden mundial, con una cooperación franco-alemana funcional. Esto incluye la necesidad de una nueva forma de abordar el diálogo estratégico con Rusia, que, en el futuro, desempeñará un papel indispensable en la búsqueda de soluciones de paz en Oriente Medio y en otras zonas de conflicto del mundo.
El Mensaje de paz de Fiquelmont debe ser llevado a las siguientes generaciones y debe ser conservado por ellas, como resaltó el presidente de KAS, Philipp Lerch: “Tenemos que posibilitar nuevos encuentros entre personas de todos los países europeos –también en los antiguos campos de batalla, en memoria silenciosa, y con la intención valiente de preservar la paz europea y consolidar la Unión Europea.”
*MSIA Informa